martes, 20 de enero de 2009

Mirar el Corazón de Cristo...

Mirar el Corazón de Cristo es mirar a Dios que se hace vivo y presente, de un modo único, en la Eucaristía, dándonos la vida y haciéndonos capaces de amar, como Él nos amó.

Mirar el Corazón de Cristo es aprender a hacernos camino, verdad y vida... lugar de encuentro con Dios mismo en cada una de las personas que nos rodean...y que están lejos. Es donarse para que él pueda decir a cada hombre y mujer: Yo seré tu Dios.

Mirar el Corazón de Cristo es experimentarlo a él amándonos con infinita misericordia, que nos libera. Es hacernos cauce agradecido de ese regalo, la misericordia que nos restaura y repara y regenera, haciéndonos amar sin límites y sin distinción.

Mirar el Corazón de Cristo es reparar. Es ver, es notar, es darse cuenta de la más pequeña falta de vida y responder, entregando la vida. Es aprender a mirar, a descubrir y extraer el bien de toda situación humana, llenándola de esperanza.

Mirar el Corazón de Cristo es entregarle la humanidad, con sus injusticias, opresiones, sufrimientos, inquietudes y dolores para que él lo transforme y podamos reconocer eso nuevo que sólo él puede hacer brotar.

Mirar el Corazón de Cristo es acoger con gozo la llamada a vivir con el corazón abierto a Dios y a los hermanos, dispuestos a lo que sea, hasta dejarnos traspasar, respondiendo como Él y desde Él: viviendo desde la gratuidad.
Mirar el Corazón de Cristo es dejar que su corazón, manso y humilde, traspasado, nos conquiste definitivamente hacia caminos de humildad, transformando nuestra necesidad de protagonismo y soberbia en el pan y vino que recibimos y que estamos llamadas a entregar