lunes, 7 de diciembre de 2009

Ser Esclava educando



No fue la educación, el ser educadora, una llamada fuerte que tuviera en los principios de mi vocación. Pero siempre me ayudó y me llamó la atención el ambiente familiar de mi colegio, el cariño y la cercanía de mis profesoras y religiosas, la atención especial a cada uno… recuerdo pequeñas experiencias diarias… Esa cercanía y familiaridad se vive en cada colegio nuestro por el que pasé y he pasado, educo y soy educada.

Educar el corazón, una educación integral, la cultura y la fe, la interiorización, la preparación para vivir la justicia, el servicio y la fraternidad, conocer y amar a Dios, preparar para vivir en este mundo de hoy… Muchos deseos, interrogantes, búsquedas, trabajo, paciencia, conocer nuestro mundo, conocer a mis alumnos, orar a Dios y pensar… qué educadora soy, cómo lo haría Rafaela María, cómo lo hizo Jesús, cómo lo hace Dios conmigo.

Una de las sensaciones más fuertes que tuve cuando empecé a educar, a dar clases, a participar en las actividades del colegio, a ser tutora, a llevar grupos de fe…, fue que a menudo, podía decirme a mí misma y al Señor, algo nuevo sobre mí. Los niños, los adolescentes, los jóvenes me reflejaban, me señalaban, me reprochaban y también me agradecían alguna faceta nueva de mí para mí misma. Gracias a mis alumnos, he crecido en mi conocimiento y percepción de mí misma y eso me ha ayudado mucho en la vida.

En mis primeros años, se me llenó la cabeza y el corazón de nombres. Nombres que me atraían y me gustaba pronunciar, otros que me molestaban o me hacían daño porque me recordaban su impertinencia o mi ineptitud para manejarlos; y algunos, me partían el corazón. Pero todos, TODOS, me hacían salir de mí misma e ir en busca de lo mejor para ellos, para cada uno.

Empecé a preocuparme más por ellos que por mí: por encontrar su herida, su carencia, el motivo de su lentitud para entender, de su tristeza… y empecé a acercarme, a comprender, a aceptar, a curar, a reparar…

De repente, se me hizo un mundo educar; de repente, aunque supiera algo de inglés, de lengua, de religión, de…, poco sabía de cómo educar. Cada uno diferente, cada historia única. Pero sentía que el Señor me susurraba que aprendiera de Él, que hiciera con ellos lo que Él hacía conmigo: amar primero, perdonar siempre, dar oportunidades, echar vino y aceite a las heridas, empujar para que la herida se abriera y sanarla de raíz, … construir, reconstruir, a veces destruir, rehacer y siempre amar.

Especialmente disfrute los años en que esta misión la realicé en colegios con ambientes más sencillos. También la época que viví en la Casa de Menores y en el Instituto público; fueron años duros y difíciles, con mucho esfuerzo en adaptación a la forma de ser y de hacer, pero la misión de educar se me hizo mucho más grata y gratificante. Una experiencia preciosa fue el trabajo pastoral al que me enviaron en los pueblos de Málaga: ayudar a encontrarse con Dios, a conocerlo más y a amarlo, a integrarse y compartir en su comunidad parroquial, a ellos que tenían mucha hambre y sed de Dios, a ellos que te hablaban de Dios en cualquier conversación, con espontaneidad y con ganas de más… ¿no es esto lo que a cualquier educador le gustaría: que sus alumnos tengan deseos de aprender y de más?


Ahora siento que he incorporado a mi misión de educadora nuevas formas: usamos la tecnología (ordenadores, Internet, cañón, pizarra digital…), en las clases son mucho más protagonistas los alumnos, hay materias y temas nuevos, de actualidad; hay muchos más procesos a los que atender para dar más calidad a nuestra educación…pero hay algo que sigue siendo igual. O quizá es ahora más importante, porque los alumnos vienen, en muchos casos con más carencias personales, familiares e incluso sociales. Educar desde el corazón: la cercanía, la familiaridad, el acompañamiento a cada alumno, la presencia de Dios en sus vidas y en su historia, el cariño y la pedagogía de Dios.

Pasan los años y siento mucho más mi pobreza, mi no saber a veces cómo actuar, qué decir, cómo tratar a algunos alumnos, cómo hacer para que les lleguen y les toquen las propuestas que les hacemos… pero cada vez más siento que puedo EDUCAR, porque mi Dios me sigue educando a mí.


Hna. Lala Galeano

Subcomisión Pastoral Escolar.